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El vacío que susurra
Hay un murmullo. No es voz, ni ruido, ni pensamiento. Es un eco antiguo, uno que brota entre el cemento y la pantalla; no se ve, no se nombra, no tiene dirección precisa… pero está ahí.
Siempre. Como un zumbido de alma que no encuentra dónde posarse.
¿Porque ya no creemos?
No en los altares de mármol, ni en los bancos de los domingos, ni en las palabras que juraban salvarnos. Tampoco creemos en los jefes, ni en los partidos, ni en los gurús de frases gastadas.
Lo que quedó fue la sensación pura: algo falta.
Y duele.
Y nadie lo dice en voz alta porque todos lo sentimos en silencio.
Entonces, ¿qué hace el cuerpo cuando el alma no entiende?
Busca.
Pero no busca afuera. Ya no.
Ahora abre una pestaña nueva y escribe “cómo meditar con luna llena”, “cómo me conecto con el todo y la nada”. “cómo sentirme parte de la creación que habita en la tierra”.
Compra un cuarzo sin saber por qué.
Se deja leer las cartas, como quien abre las manos al viento esperando que algo, lo que sea, tenga sentido.
Prende una vela y se queda mirando el fuego, porque ahí, al menos ahí, hay algo que se mueve con vida propia.
Dicen que es moda.
Pero lo cierto es que es hambre.
Hambre de símbolos, de raíces, de pertenencia SIN SUMISIÓN de fe, sin dogmas.
Es el alma queriendo respirar en un mundo que solo ofrece productividad.
Por eso ahora la gente habla de vibras porque no tiene palabras para explicar que un lugar te puede sanar o romper.
Por eso hacen limpias porque no hay psicoanálisis que descifre los fantasmas que vienen del linaje.
Por eso ahora todo es ritual.
Porque los rituales nos devuelven el control sobre lo que nadie controla.
No se trata de superstición, se trata de supervivencia emocional.
Todo esto —el tarot, los cuarzos, los ciclos lunares, la energía, los portales invisibles— no son una moda, son el lenguaje secreto de los que no se rinden, los que aún creen que hay algo más. Aunque no sepan cómo nombrarlo.
Y tal vez eso sea la espiritualidad hoy:
una forma de resistir sin ruido.
Una forma de recordar lo que hemos olvidado.
Una forma de seguir… sin rendirse al vacío.
Porque incluso el vacío susurra.
Y quien se atreve a escucharlo, ya está creando su propio altar.